El segundo gobierno del presidente estadounidense Donald Trump ha provocado cambios tectónicos en el cálculo de seguridad europeo. La creciente ansiedad por el repliegue estadounidense y el colapso de los acuerdos de seguridad posteriores a la Segunda Guerra Mundial han hecho que los líderes europeos se apresuren a proponer alternativas.

Antes de las elecciones alemanas del mes pasado, Friedrich Merz, el líder de la Unión Demócrata Cristiana, que ya se esperaba que se convirtiera en el próximo canciller alemán, opinó: “Necesitamos tener conversaciones tanto con los británicos como con los franceses –las dos potencias nucleares europeas– sobre si el intercambio nuclear, o al menos la seguridad nuclear del Reino Unido y Francia, también podría aplicarse a nosotros”.

La semana pasada, el presidente francés Emmanuel Macron dijo que, en respuesta a Merz, había decidido “abrir el debate estratégico sobre la protección de nuestros aliados en el continente europeo a través de nuestra disuasión [nuclear]”.

La propuesta de algún tipo de acuerdo europeo de intercambio nuclear con Francia y el Reino Unido para protegerse de las amenazas de Moscú no es nueva. Versiones de la misma han circulado durante décadas.

Pero hoy, el resurgimiento de esta propuesta no es sólo un error de cálculo geopolítico, sino un callejón sin salida estratégico. Refleja una lectura errónea tanto del equilibrio de poder nuclear como de los riesgos existenciales de fragmentar aún más la arquitectura de seguridad de Europa. En lugar de reforzar la disuasión, esta táctica corre el riesgo de acelerar la inestabilidad que pretende evitar.

En medio de la creciente imprevisibilidad de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia bajo la segunda administración Trump, Europa debe pasar del escapismo nuclear a una agenda audaz de compromiso diplomático en materia de desarme nuclear.