Un maratón de nostalgia en la despedida de Joaquín Sabina

La gira de despedida de Joaquín Sabina evoca ese verso de 19 días y 500 noches que, parsimoniosamente, comenzó otra estrofa de otra angustia derramada del argentino más español: “Dijo Hola y adiós/ y el Portar sonaba como un signo de interrogación”.
El tono de las despedidas que no debería ser es el que vuela sobre los conciertos de Sabina, que con un taburete y su apostura de trovador callejero se queda para dar un concierto, a los 76 años. Detrás de la banda: el arreglista y el múltiple estertiveist Antonio García de Diego; Jaime Asúa y Borja Montenegro en las guitarras; Josemi Sagaste en Saxo y Clarinete; Argentina Laura Gómez en el bajo; Pedro Barceló sobre la batería y Mara Barros en coros.
Comenzó el 24 de marzo, la serie de conciertos se extenderá hasta el 18 de abril, y hasta el día del cierre de esta edición ha sido un maratón de nostalgia (ese anhelo de lo que fue y también lo que nunca sucedió), lo que no modera la importancia y la contundencia de la decisión tomada, pero eso no lo pone en el centro. Sabina canta y su audiencia lo acompaña. Sabina recuerda a los amigos, los alude y los menciona entre ovaciones. Charly, Fito, Calamaro, Gelman son algunos de los afectos de un músico que realmente forjó algo importante con estas tierras. Desde el Teatro de la ópera hasta el Gran Rex, pasando por el Parque Luna hasta la Bombonera, la Sabina es afectiva y se nutre por una profunda admiración.
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“Mi relación con Buenos Aires es una relación muy larga y duradera. Mis amigos en Madrid saben que si algún día me pierde deberían venir a buscarme en Buenos Aires”, dijo en una de las presentaciones.
El día en que el equipo nacional argentino liderado por Lionel Scaloni ganó por 4 a 1 contra el equipo brasileño, el cantante decidió felicitar a los asistentes al programa: “¡Quería felicitarte por el maravilloso partido de la Scalonetta. Eso era tango, no Samba! Él terminó.
Entre esos comentarios de Argentinity, Sabina aborda esta última serie de conciertos en un país que lo abrazó por primera vez en la casa del conde de Palermo, en los años 80. La gira fue larga y logró capturar el amor en varios versículos, como en aquellos con una frente marchita o Dieguitos y Mafaldas.
El vínculo de Sabina con Argentina es afectivo y cultural. El propio Sabina mencionó en varias entrevistas su admiración por el tango, que se escucha y se siente en su forma particular de escribir, en la que lo vernácula se vuelve universal: la jerga, la lunfardo y otras formas del coloquial.
En 2007, Sabina fue galardonada por su contribución a la cultura latinoamericana, destacando su capacidad para conectarse con los sentimientos y experiencias diarias de su audiencia.
Sabina nació en úbeda, España, estudió primaria con las monjas carmelitas y los 14 años comenzaron a escribir poemas. Se inscribió en la Facultad de Filosofía y Cartas de Granada, comenzó los estudios de filología románica y se enamoró de la poesía de Vallejo y Neruda. Colaboró con la revista Poetry 70 y se enfrentó a Franco. Tuvo que exiliar en París. Luego terminó en Londres, donde comenzó su carrera musical en el metro.
En 1974 conoció a George Harrison, en lo que constituye una de sus grandes anécdotas: el ex Beatles estaba en el bar mexicano Taberna, celebrando su cumpleaños, y actuaron juntos. Harrison le dio una propina de cinco libras. Esa anécdota es ilustrativa de una especie de realismo mágico que siempre lo rodeaba: imán de historias, amantes, amistades y leyendas, el cantante -writer cultivaba esa área que bordeaba la realidad y la invención como una especie de identidad y aportes para su trabajo. De hecho, con respecto a esa historia puntual, hay tres versiones, basadas en sus propias declaraciones: que conservó el boleto como un tesoro, que lo perdió en un movimiento y que “lo bebí esa misma noche”.
Sabina regresó a España en 1977, dos años después de la muerte de Franco, y se casó con Lucía Inés Correa Martínez, un argentino que había conocido en Londres, durante su exilio. Pronto editó su primer álbum y comenzó una carrera exitosa, llena de éxitos que conquistaron el público ibero -estadounidense.
Tantos años después, con una letra digna de su sutil como Barroque, se hizo el anuncio de la gira final:
Sabina cuelga sus guantes de cuero de poesía y la guitarra Transnochador rellena con el polvo del camino y la manta, del intenso carmin de las mil veces mil una noche, recogida tantas veces con el hilo de la derrota y el hilo de esperanza, y preparado para ofrecernos un nocaut emocional final de más de dos horas de duración con un largo tiempo imposible de amor y querer a la vida.
La declaración no se quedó allí y se expandió: “Hola y adiós, será la despedida masiva de una garganta que, sin historias y canciones que siempre estarán cerca.
Al recorrer su historia, saltando varias anécdotas centrales, su vida parece una película. Desarrolló un aspecto del mundo, que logró canalizar en canciones. En varios de sus espectáculos, decidió inaugurar con un poema que se centra en la centralidad del acto de cantar ante la inminente despedida. Una forma de ignorar adiós y enfatizar la bienvenida a una noche marcada por poesía y juerga:
“Aquí organizo el repertorio de la última gira de mi vida.
“Temeroso de que el olor a despedida tenga un sabor salarial a humedad.
“Por eso le ruego al auditorio que me ayude a jugar este juego.
“Los callejones muertos mueren, que el verso y la canción son una juerga.
“Disfrutamos estar juntos ahora, esa impotencia no tiene prisa, para sorprendernos a cantar el amanecer.
“Después de todo, muchas emociones compartidas se ríen, porque se inventaron las canciones”.