Papa Francisco: llorar es pequeño

La muerte del Papa Francisco marca el final de una era para la Iglesia Católica y el mundo entero. Su pontificado, iniciado en 2013, no solo transformó la percepción de la institución eclesiástica, sino que también dejó una marca indeleble en la esfera global como defensor del mediador marginado, mediador en conflictos internacionales y símbolo de simplicidad y apertura. Francisco, “El Papa del fin del mundo”, dirigió la sensibilidad de América Latina, una región marcada por desigualdades y luchas sociales, proyectando un mensaje universal de paz, esperanza, inclusión y justicia social.
Desde el momento en que eligió a Francisco, en honor a San Francisco de Asís, el Papa dejó en claro que su liderazgo se guiaría por la humildad y el servicio. Renunció a los lujos tradicionales del Vaticano, eligiendo residir en la simple casa de Santa Marta en lugar del palacio apostólico, y prefería un vehículo modesto antes de los ostentosos papamóviles. Esta austeridad no era mera pose, sino un reflejo de su compromiso con los más pobres, a quien consideraba el corazón de su misión. Sus gestos, como lavar los pies de prisioneros, refugiados y enfermos, o compartir alimentos con personas sin hogar, resonaron como un recordatorio de que la fe debe traducirse en actos concretos de amor y solidaridad.
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Francisco se convirtió en un faro de esperanza para los inmigrantes, los pobres y los excluidos. Su mensaje resonó fuertemente en un mundo fracturado por las crisis migratorias y la desigualdad económica. En 2013, visitó la isla de Lampedusa, un epicentro de la tragedia de inmigración en el Mediterráneo, donde llamó a la comunidad internacional para no ser indiferente al sufrimiento de aquellos que buscan una vida mejor. Su encíclica Fratelli Tutti (2020) abogó por una fraternidad universal que trasciende las fronteras, las razas y las clases sociales, condenando el individualismo y el nacionalismo exclusivo. Para los pobres, Francisco era más que un líder espiritual; Era un defensor incansable que desafió a los poderosos a priorizar a los más vulnerables. Sus críticas al capitalismo desenfrenado y su defensa de la justicia social lo posicionaron como profético en un mundo a menudo sordo a las necesidades de los marginados.
El Papa Francisco rompió barreras dentro y fuera de la iglesia al promover un diálogo inclusivo. Su apertura hacia personas de otras religiones, ateos y comunidades marginadas, como la comunidad LGBTQ+, marcó un cambio radical en el tono del Vaticano. Sin alterar la doctrina, Francisco enfatizó la misericordia en el juicio, recordando que “la iglesia no es un club perfecto, sino un hospital de pecadores”. Su reunión histórica con el gran imán de al-Azhar en 2019 y la firma del documento sobre fraternidad humana consolidó su compromiso con la comprensión interreligiosa, sentada bases para la coexistencia pacífica en un mundo polarizado y lleno de grietas.
El papel de Francisco como mediador en conflictos internacionales fue otro pilar de su legado. Su diplomacia silenciosa pero efectiva contribuyó a hitos como la restauración de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba en 2014, un proceso en el que el Vaticano jugó un papel clave. En 2019, su intervención en Sudán del Sur, cuando besó los pies de los líderes enfrentados, simbolizó su compromiso con la paz incluso en los contextos más complejos. Francisco también levantó su voz contra la guerra, condenando conflictos en Ucrania, Siria y Gaza, y abogando por un desarme global. También abordó la crisis climática y vinculó la degradación ambiental con conflictos y pobreza, instando a la humanidad a actuar colectivamente.
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El pontificado de Francisco no estaba exento de las críticas. Algunos sectores conservadores dentro de la iglesia lo acusaron de diluir la doctrina, mientras que otros cuestionaron su capacidad para reformar estructuralmente al Vaticano. Sin embargo, su impacto trasciende estas controversias. Francisco redefinió el papado como una misión de servicio, no para poder, y la iglesia se acercó a las periferias del mundo. Su énfasis en la “cultura del encuentro” inspiró a millones a construir puentes en lugar de muros, y su defensa de los derechos humanos y la dignidad de cada persona resonará durante generaciones.
La muerte de Francisco deja un vacío en un mundo que aún enfrenta profundas divisiones y desafíos. Sin embargo, su legado durará como un llamado a la acción: Vivr con simplicidad, abraza a los excluidos, busca la paz y protege nuestra “casa común”. En un momento de incertidumbre, el Papa Francisco era un verdadero faro de esperanza, que propuso el amor, la sensibilidad y la justicia social como las fuerzas más importantes para mejorar el mundo. El mundo lamenta la partida de un líder religioso, político y social que dejó profundos rastros en la humanidad. Llorar es pequeño; Sería mejor tratar de continuar su inmenso trabajo.
* Analista internacional, profesor universitario, autor de “Cracks and Pandemic” y “Postcards del siglo XXI”.