Incomodidad de memoria | Perfil

Dos hechos antitéticos y disruptivos que ocurrieron en 2024 merecen destacarse. Por un lado, el intento de legitimar los discursos que, durante décadas, estuvieron ausentes del debate público. Desde la llegada de Milei y Villarruel al gobierno nacional, la memoria de los años setenta imprevistó una nueva prominencia. “Memoria completa”, el lugar publicado por el gobierno en el aniversario del golpe, afirma a las víctimas del terrorismo. Los sectores comprometidos con la defensa de la memoria, la verdad y la justicia lo cuestionaron como una expresión del negacionismo, el autoritarismo y el fascismo.
En segundo lugar, el éxito editorial del libro llama: un retrato, de la periodista Leila Guerriero, quien recompone la trayectoria de Silvia Labayru, sobreviviente de la ESMA. La historia del protagonista, una víctima del terrorismo estatal, también causó indignación y fue acusada de relativar y cuestionar las formas emblemáticas de construir la memoria.
¿Qué hacer, entonces, con el recuerdo de los años 70? ¿Somos condenados o para reclamarlo sin preguntas o que lo descarte por sesgado o incompleto? ¿Alguna cuestionamiento es equivalente a ser un producto o traidor? ¿Estamos encerrados en una trampa entre las posiciones dicotómicas? ¿La vida en común se basa en posiciones exclusivas viables? ¿Cómo continuar? ¿La vida en común se basa en posiciones exclusivas viables?
Estos no les gustan los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Es por eso que molesta a quienes creen que son los dueños de la verdad.
Un debate abierto. El impacto de estos hechos nos llevó a llevar a cabo a lo largo de 2024 una experiencia inusual: organizar cuatro reuniones que agregaron setenta personas con pertenencias generacionales, posiciones políticas, trayectorias de vida y perspectivas en el pasado muy diferente. Desde víctimas de terrorismo estatal hasta militantes libertarios, a través de familiares de víctimas de organizaciones armadas, ex funcionarios de gobiernos radicales, kirchneristas y cambiemos, asesores libertarios actuales, periodistas, académicos especializados en memoria colectiva, líderes estudiantiles de escuelas medianas y organizaciones de DD.HH.
La excusa de las reuniones era hablar sobre el libro de Guerriero. La ambición era discutir los términos con los que se construyó la memoria durante los años 70 y su relación con las políticas de los derechos humanos y con otros recuerdos sobre el pasado reciente. No se alentó la homogeneidad de las posiciones; Por el contrario, se discutieron y problematizaron las diferentes perspectivas, experiencias y contradicciones generadas a partir de la memoria de los años 70. Algunas de las preguntas a los invitados de esta conversación abierta y sin cancelaciones fueron: ¿contiene la forma de narrar las simplificaciones, rigideces, tabúes y sacrales de los 70? Si las políticas de memoria prometían que si recordamos y condenamos el pasado, esto no se repetiría, ¿qué hizo que los sectores amplios de la sociedad relativizaran dicha convicción? ¿Podría ser que el consenso fuera desafiado progresivamente hasta que los hagan más débiles, hasta el punto de ser cuestionado abiertamente en la situación política actual? ¿Qué recuerdos permitirían fortalecer ese consenso en lugar de debilitarlos? ¿Cuáles serían las alternativas a la banalización de la dictadura que domina cada vez más nuestro presente?
Las posiciones. Para algunos de los participantes, el eje de discusión fue el desconcierto contra el triunfo libertario. ¿Cómo entender la adhesión de la mayoría de los ciudadanos a una opción política calificada por ellos como negacionista y producto? ¿La forma en que se constituyó la memoria canónica en esa adhesión?
Desde esa perspectiva, las convicciones por crímenes contra la humanidad no lograron consolidar una verdad incontrovertible, por lo que una mayoría votó a un derecho que relative los crímenes del estado.
Para otros, militantes de los consignas de memoria, la verdad y la justicia, es necesario reconocer el silencio frente a los crímenes cometidos por las organizaciones armadas de la izquierda revolucionaria y la falta de respuesta a los muchos civiles asesinados, como la hija del Capitán Viola, o de los oficiales militares asesinados en democracia como la larrabura.
La posición de los familiares de las víctimas del terrorismo (organizaciones armadas) que, siendo civiles, fueron asesinadas en democracia también fueron restaurados. ¿Qué hacer con esas víctimas y sus parientes? ¿Corresponde continuar ignorándolos? Por razones muy diferentes, se argumenta que ni la democracia de Perón ni la dictadura militar llevaron a cabo investigaciones judiciales.
En el marco que configuró la memoria emblemática de los años 70, sus familiares no encuentran respuesta a la sociedad desafiante que exige el reconocimiento público como víctimas: ¿por qué mi historia no es contabilidad?
Este tipo de pregunta es válido, se señaló, y no significa asignar ni asignar a la teoría de los dos demonios o un presunto negacionismo. Incluso cuando cayó el argumento de no hacer el “juego derecho”, los temas tabú se consolidaron. Una posición finalmente falló, porque las nuevas generaciones renovaron su interés en la historia desafiante.
Algunos puestos enfatizaron que la responsabilidad de Perón en la Asamblea de Triple A nunca podría discutirse públicamente, ni el decreto de que durante un gobierno democrático ordenó a las fuerzas armadas que “subversión aniquilada”.
Luego, se señaló, se hizo el énfasis en lo que sucedió sobre la cuestión de cómo fue posible que eso haya sucedido. En esta simplificación, una de las principales debilidades de nuestra memoria pública se presentaría.
Los silencios y omisiones en torno a la memoria de los años 70 finalmente se habrían convertido en argumentos poderosos en manos de los sectores cercanos a los perpetradores utilizados para equiparar ilegítimamente a las víctimas y buscar impunidad.
Otros participantes consideran que no había silencios, ni tabúes, ni omisiones, ni exclusiones. Piensan el problema en términos de ciclos. Esta fase repite el pasado de los gobiernos de Menem y Macri en el plano de la memoria, y podría definirse como un “tiempo de venganza”, una reacción a todo lo que se logró en los derechos humanos. Frente a esta dinámica marcada por los contrateros, el plan de acción es: enfrentarlos, cuestionar a los perpetradores y exigir que digan dónde están los faltantes. Dentro de este marco, las demandas que van, por ejemplo, el arresto domiciliario del ejército condenado durante 70 años, o el reconocimiento estatal de las víctimas civiles del terrorismo, son inadmisibles.
Diferencias generacionales. La pertenencia generacional de los participantes diferenciaba cómo entienden la memoria colectiva. Para aquellos que se reconocen a sí mismos como protagonistas de la militancia de los años 70 y actuales activistas de derechos humanos, no es necesario volver sobre el tema de la lucha armada porque las organizaciones armadas ya se han hecho cargo y también los testigos lo reconocieron en los juicios. No aceptan considerarlo un tema tabú porque sería el juego a la derecha.
Esa posición contrasta fuertemente con la visión de los jóvenes militantes nacidos en la democracia que, sin asignar los nuevos derechos, dijo: “A mi generación, esa visión crítica no llegó y, por el contrario, nos vinimos a una idealización enorme e incuestionable de esa militancia”. Algunos de los que viajaron su educación secundaria durante los años de Kirchnerismo dijeron que se sentían “adoctrinados” en el marco de políticas públicas, como el programa escolar “El héroe colectivo”, por su imposición de discursos, diseños institucionales, ceremonias y producciones culturales. Sucedió que cualquier disidencia fue desacreditado o censurado aplicando categorías como “negación”, “revisionista” o “defensor de los dos demonios”.
Se señaló que la negación de cualquier disidencia ayuda a comprender la sensación de venganza que imprimió hoy aquellos que fueron censurados para expresarlos: que “nos catalogaron como un objeto de odio, ahora están sorprendidos de ser odiados”. En esta misma línea se afirmó que “una buena parte de este contraataque cultural es una reacción a una cultura política de cancelación y censo que se erigió en el guardián moral de lo que se podría decir o no”. Otros jóvenes, que ingresaron a la política el 24 de marzo, en las antípodas de los libertarios, se sienten “estafados” por esas políticas que, como “brújulas éticas”, señalaron lo malo de lo malo: “Me dijeron que, por otro lado, había un monstruo que negaba el terrorismo del estado”, que no estaba verificado. Se verificó que dentro de las filas había rasgos autoritarios naturalizados.
La relación entre las asociaciones estatales y de derechos humanos también fue parte del debate sobre las responsabilidades. Para algunos, la encapsulación de la memoria en torno a una pertenencia política exclusiva de la partida política estaba socavando el carácter humanitario universal del consenso en torno a los nunca más. Entre algunos participantes coincidió en el diagnóstico: había sectarismo, y la memoria y los derechos humanos se convirtieron en monopolio de una facción. Esto produjo daños al movimiento de derechos humanos.
Algunos sectores dejaron de sentirse convocados a los actos del 24 de marzo. Esta asociación entre la fuerza partidista y el movimiento de los derechos humanos contribuyó al impacto de que la queja sobre el “Curro de los derechos humanos” y su articulación con un “estado corrupto” obtenido en la opinión pública. Luego, fue señalado, las políticas de derechos humanos y humanos terminaron siendo vistos como parte de la “degradación del estado”, del cual el kirchnerismo no estaba exento.
Por la reunión. Finalmente, surgió la pregunta sobre la desconexión entre estos reclamos conmemorativos y de derechos humanos y las experiencias del presente. Se señaló que carecía esa experiencia de violencia con la de aquellos que se ocupan de la falta de trabajo formal y el bien pagado, de una educación pública de calidad, la negligencia de la salud pública física y mental, entre otros. La realidad muestra que esto no se tradujo en una mejora en el presente de la calidad de vida de las mayorías. Por lo tanto, las posibles razones de la crisis de la pedagogía de la memoria emblemática de la dictadura que se expresaron tantas críticas despertadas en las últimas décadas.
En estas reuniones, además, los participantes no necesariamente se posicionaron en visiones dicotómicas sobre el pasado. Por un lado, los hijos de los militantes de Montoneros, los jóvenes adherentes al kirchnerismo, los intelectuales que se adhieren a las demandas del movimiento de derechos humanos, cuestionaron algunas de las políticas de memoria. Por otro lado, aquellos que se reconocen a sí mismos como parientes de víctimas de terrorismo no asignaron una visión negialista del genocidio. Posiciones que van en contra de la apuesta por construir dicotomías obteniendo la diversidad de perspectivas que los ciudadanos construyeron con el tiempo.
Lejos de buscar un consenso imposible en estas reuniones, encontramos que la disidencia existe y existió en los más de cuarenta años de democracia. Aunque el consenso es fundamental para organizar nuestra vida política y llevar a cabo proyectos comunes, las reuniones reflejaron que las descalificaciones y exclusiones, expresadas durante ellos, representan un límite real para la vida democrática. La memoria como ejercicio de imposición de una moral política constituía un límite para la renovación de los acuerdos políticos.
¿No deberíamos aprender del pasado que, a pesar de los disidentes, deberíamos poder vivir con ellos? El desafío propuesto por la situación actual es dejar de reproducir los mismos esquemas que han dominado la discusión pública durante décadas y ampliar la conversación entre aquellos que generalmente son enemigos falsamente considerados. Esperamos contribuir con algunas pistas sobre cómo hacerlo.
*Vecchioli es médico de antropología social y profesor-investigador en la Universidad Federal de Santa María (UFSM/Brasil). El fabricante es consultor político y exasor de LLA. Kelmeszes tiene una licenciatura en ciencias políticas del Coordinador Educativo Power de UBA y Argentina. Frederic es médico de antropología social, maestro-investigador (UNQ-Conicet) y ex ministro de seguridad.