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Ética de la vulnerabilidad | Perfil

Carlos álvarez teijeiro *

Hoy 02:25

En la sociedad de rendimiento contemporánea, como lo llama Byung-Chul Han, la vulnerabilidad se ha convertido en un signo de debilidad absoluta que debe ser erradicado a toda costa y cualquier precio. De esta manera, ese sujeto de rendimiento es autoexplícito bajo la promesa de una optimización infinita. Esta hiperactividad productiva rechaza todas las formas de negatividad, eliminando cualquier zona de fragilidad en nombre de la eficiencia. En este contexto, la vulnerabilidad se patologiza como un defecto que obstaculiza el funcionamiento de la maquinaria de tecnocapitalismo.

Sin embargo, la vulnerabilidad es mucho más que una simple imperfección o falta: es una condición ontológica fundamental del ser humano que la sociedad de rendimiento intenta negar. Por lo tanto, el cuerpo vulnerable, expuesto a la finitud y el sufrimiento, contradice la narrativa del tema soberano y autosuficiente, pero la digitalización de la experiencia humana contribuye a su negación, creando una ilusión de invulnerabilidad a través de perfiles virtuales y fisura virtuales perfectos.

La transparencia total, mencionada en Jean Baudrillard ahora hace tantos años, y eso exige nuestro tiempo, elimina toda opacidad, cada zona de sombra en la que la vulnerabilidad podría refugiarse. De hecho, la exposición absoluta destruye el espacio de la intimidad necesaria para que los vulnerables puedan manifestarse sin convertirnos inmediatamente en el objeto de consumo o mostrar, pero la despiadada dictadura de positividad nos obliga a presentarnos siempre como seres optimizados y requeridos, incapaces de fallar.

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Sin embargo, una ética de vulnerabilidad se vuelve esencial, y más que nunca en este contexto. Reconocer nuestra condición vulnerable significa aceptar la negatividad como parte constitutiva de la existencia humana. La vulnerabilidad nos recuerda nuestra interdependencia fundamental, nuestra necesidad del otro. En la herida de lo vulnerable, se abre la posibilidad de un encuentro auténtico, más allá de las relaciones instrumentales que dominan la sociedad de rendimiento.

El otro me cuestiona de su vulnerabilidad, y esta interpelación contiene una demanda ética que precede a cualquier decisión consciente. La vulnerabilidad de la cara del otro, como diría Lévinas, me hace rehén, me obliga a responder. Esta responsabilidad no es una elección, sino una condición anterior a cualquier libertad. Sin embargo, en la sociedad de rendimiento, el otro aparece como un competidor o como un objeto de consumo, nunca como un ser vulnerable que me desafía éticamente.

Una ética de vulnerabilidad requiere una nueva temporalidad. Ante el tiempo acelerado de producción y consumo, el vulnerable necesita el tiempo lento de contemplación y cuidado. La vulnerabilidad no se puede administrar de manera eficiente: exige un retraso, una pausa en la aceleración constante. Esta temporalidad diferente se opone radicalmente a la lógica del rendimiento, que no admite interrupciones.

Solo a través de una recuperación de la vulnerabilidad podemos escapar de la jaula de hierro de la autoexplotación. La vulnerabilidad no es un defecto que debe corregirse, sino una apertura hacia el otro, una grieta en el caparazón narcisista del tema de rendimiento. En esa grieta, en esa herida, se abre la posibilidad de una comunidad basada en la competencia, sino en el cuidado mutuo de nuestra fragilidad compartida.

*Profesor de Ética de la Escuela de Comunicación de Comunicación Postgrado Escuela de la Universidad Austral.

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