
El dolor de la familia de Morante: “No ha ido a Puebla desde Semana Santa”
“No leí la entrevista. No leí casi nada. Me agobio. Empiezo a leer dos frases y me agobio y pienso ‘luego, ahora luego’. Una chica me mostró a mi hijo hablando por el móvil pero tampoco lo entendí muy bien”. Pepi Camacho es ante todo la madre de José Antonio Morante Camacho.
A sus 74 años, lidia con el trastorno disociativo que sufre su hijo, la depresión y su confesión en una entrevista para ABC como lo afrontaría cualquier mujer de su edad de La Puebla del Río. Con la certeza de que nadie conoce mejor al torero que ella. Con la sensación de que esto pasará. Morante vive desde hace dos años en Portugal, con su gran apoyo y representante, Pedro Jorge Marqués. Está en tratamiento psiquiátrico. Lejos de sus otros ángeles de la guarda. Como su madre, Pepi, que sigue esperándole en La Puebla del Río (Sevilla).
Ha aprendido a dirigirse a su hijo, a hacerle el bien, sin manual alguno. Y aunque lo hubiera, no podría leerlo. Pepi sufre vértigo. “Hablo con él por teléfono. A veces no lo hago. A veces me contengo y no le llamo. Otras veces le llamo y si no coge, lo respeto y me llama cuando puede. No quiero que se agobie”, cuenta a LOC por teléfono desde casa de una amiga a la que cuida. Pepi cuida de su vecina desde Navidad. Vive sola y se hacen compañía. “La cuido por voluntad propia. En vez de estar en casa, sin nadie, me vengo aquí. Muchos días no quiere que me vaya, me convence para que pase la noche aquí”.
El entorno de Morante le echa de menos. Sienten la nostalgia de quien espera sin esperar nada a cambio. Tienen la sensación de que su entrevista fue una especie de vómito, del que no quieren formar parte porque huyen de los focos. Así describen a Morante quienes más lo admiran. “Veo todo muy complicado. Con el abismo de su vida, que es el toro. Tiene que liderarlo, tiene la obligación de entrenar. Lo está dando todo”, comenta alguien de su círculo que prefiere mantener el anonimato. Tiene miedo de que lo reconozcan. Sufre la impotencia de no poder estar al lado de Morante. “Está ahí, dice que está bien, y que no hace falta que vayamos”, continúa la misma fuente.
Es difícil ver una enfermedad desde quien la vive. Por eso Pepi, su madre, intenta pensar en otra situación, en otra vida. Confía en que la enfermedad será una moda pasajera: “Siempre seré la madre de Morante. Sabía que en 2022, con las 100 corridas de toros, todo salía mal. Su padre estuvo tres años en cama y se puso una venda en los ojos”. Morante pensaba que saldría. “Es una persona muy frágil”.
De actos de amor sabe mucho. Cuando habla con su hijo, Pepi cree que lo mejor es que la escuche y ya está. Habla de “nada”: “Le pregunto cómo está el tiempo, cómo está todo allí, lo que sea. Nada importante”. No quiere hacerle recordar. Morante en su entrevista del pasado domingo aseguró que había borrado de su memoria muchos de sus triunfos en el ruedo. Amnesia.
En el manual de Pepi el primer mandamiento es la paciencia. La última vez que vio a su hijo en su pueblo fue hace meses: “En Semana Santa”. Y la última vez que estuvieron juntos fue en Portugal, en Marinha Grande, acogidos por la familia de Pedro, el confidente de su hijo. A Pepi no le gustan los aviones. “Me llevó mi yerno, el marido de mi hija”.